
La moralidad del capitalismo según Netflix
Aparicio Caicedo
Introducción
El “socialismo” sigue siendo una palabra confortante. Cada generación ve los estragos que causa en los países que lo adoptan (Unión Soviética, China, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, etc.) pero los jóvenes se siguen identificando con esa palabra (véase el caso de AMLO en México, o de Sanders en EEUU), e intuitivamente con el concepto, aun cuando se ha demostrado hasta el hartazgo que el libre mercado es el camino de la prosperidad (ejemplos como Chile, Hong Kong, China, Estados Unidos, Europa, entre otros).
Aquí sostenemos que la causa de ese problema es que el sistema capitalista de libre mercado es comúnmente defendido en términos económicos y no morales. Como señala el académico Jason Brennan:
“El socialismo parece responder a un llamado moral superior. Quizá la evidencia más importante de ello sea que los socialistas a menudo defienden sus opiniones en términos morales, mientras los capitalistas defienden las suyas en términos económicos”.
Lo dice también el filósofo de John Tomasi:
“Las instituciones capitalistas son tradicionalmente defendidas con base en fundamentos prácticos, mientras los defensores del socialismo son vistos como más idealistas”.
El mercado libre ha sido normalmente defendido por economistas, gente brillante, que nos ha demostrado una y otra vez, con teoría y datos, que las economías libres producen más riqueza para la mayoría de seres humanos que cualquier otro sistema. Nos hablan de “eficiencia”, de “crecimiento económico”, de “índices de desarrollo”. Y todo ello está muy bien. El problema es que los seres humanos, en nuestras preferencias políticas e ideológicas, nos movemos primordialmente por razones morales: por nuestro sentido de lo justo o lo injusto, definimos nuestra existencia en términos de virtudes, de solidaridad con el prójimo o de amor a algo o alguien. Y eso lo vemos reflejado muy claramente en lo que llamamos pop culture: películas, canciones, y libros que consumimos, que son el insumo intelectual de nuestras vidas cotidianas. Porque no somos todos filósofos que leemos tratados sobre el significado de la justicia, sino que aprendemos o vemos reflejados nuestros valores en nuestras elecciones diarias: cuando nos indignamos en Twitter por los abusos de los políticos, de empresarios, sacerdotes, o con los libros que leemos y citamos, así como con las películas que comentamos.
Bohemian Rhapsody, por ejemplo, es la película sobre Freddie Mercury que resultó en un gran éxito, porque presenta la imagen de una especie de héroe romántico de la música, un genio incomprendido que cautivó al mundo con talento, fue y regresó de las tinieblas de las drogas y el alcohol, y se convirtió en un símbolo de su era. Ese es un mensaje profundamente moral. La última película de Avengers, por ejemplo, tiene un marcado mensaje moral de carácter político: Thanos representa al totalitarismo mesiánico que se justifica en nombre de la defensa de fines utópicos. Recordemos que él—lo repite varias veces—busca salvar el universo eliminando a la mitad de sus habitantes, incluso sacrificando lo más preciado en su vida, su hija adoptiva. En todo caso, la pop culture está repleta de reflexiones y mensajes morales. Y eso nos lleva a explorar lo que quizá es la mayor fuente de pop culture de nuestra época: Netflix. ¿Quién no ve Netflix? Bueno, para la mayoría, hoy esa es la principal fuente de películas, documentales, y series con las que reímos, lloramos, pensamos, nos indignamos, nos conmovemos, soñamos, imaginamos, o nos quedamos dormidos.
¿Y qué pasa si busco la palabra “capitalismo”? Vemos que absolutamente ningún documental, serie o película de Netflix hable bien del capitalismo. Por el contrario, sí notamos una lista de series, películas y documentales que lo presentan como algo poco atractivo: comenzando por la obra de Michael Moore, pasando por Billions, la historia de un genio financiero con pocos escrúpulos, o Rotten, que quiere decir “podrido”, etc.
Luego me pregunté qué pasa si hago la búsqueda de la palabra “eficiencia”. Y ahí simplemente no aparece nada de nada. Normal, yo nunca vería una película que se llame “Lucha por la eficiencia”. Pero esto cambia cuando buscas palabras con mayor carga moral como “justicia”, “amor”, “esperanza”, “solidaridad”. Ahí sí la lista es interminable. Somos seres morales, ¿recuerdan? En Netflix está reflejado claramente lo que dice Brennan sobre el “llamado moral superior” del socialismo. En cambio, nadie defiende el capitalismo por la superioridad de su llamado moral, más bien lo aceptan por su eficiencia. Por eso creo que quienes defendemos el sistema capitalista de libre mercado—entendido como un régimen de cooperación libre donde cada uno escoge sus fines y se respeta su derecho de propiedad legítimamente adquirido—como mejor camino a la prosperidad y bienestar de la humanidad, debemos hacer un mejor trabajo defendiéndolo en términos éticos o morales, no solo económicos. Más aún, debemos enfocarnos en una cuestión crucial: los más necesitados, el beneficio de los más pobres, algo en lo que han hecho mucho énfasis los filósofos de la Escuela de Arizona, como los ya citados Brennan y Tomasi, entre otros[1]. Y eso es lo que pretendemos hacer aquí. Porque ese es el problema por el cual las ideologías antiliberales siguen convenciendo a muchas personas: vivimos en una sociedad que disfruta ampliamente los frutos materiales del libre mercado, pero no valora moralmente el sistema que lo hace posible.
Antes de entrar en materia, definamos mejor qué es lo queremos decir cuando hablamos de capitalismo y su contraparte, el socialismo. Y aquí voy a inspirarme en la explicación de James Otteson, filósofo liberal estadounidense: los socialistas suelen favorecer patrones planificados de orden social—o la corrección de patrones no planificados—de acuerdo con principios dictados y aplicados de forma centralizada, mientras los capitalistas prefieren ordenes sociales basados en patrones no planificados o “espontáneos”, con mayor deferencia hacia la voluntad de los individuos y las asociaciones voluntarias. Por tanto, siguiendo a Otteson, el socialismo es un sistema de economía política que prefiere que las decisiones se tomen de forma centralizada. Mientras más centralizada está la economía—ya sea por la propiedad estatal o por medio del control burocrático—más socialista es esta. El capitalismo, en contraste, es un sistema normativo que prefiere la descentralización de las decisiones; por tanto, mientras más descentralizada se encuentre una economía—porque se respeta la propiedad privada y la libertad de contratación—más capitalista es esta. Utilizaremos los términos “capitalismo”, “libre mercado”, “libre competencia”, y “economías liberales” como sinónimos.
Para fundamentar la moralidad del capitalismo utilizaré las tres aproximaciones argumentativas éticas clásicas:
- Ética consecuencialista. Nuestro argumento será: la superioridad moral del capitalismo está en sus consecuencias benéficas para la amplia mayoría de la humanidad, porque sacó a la humanidad de la pobreza material y nos ha dado una era de prosperidad, salud y bienestar sin precedentes. Y analizaremos el contraargumento de quienes dicen que el problema es el aumento de la desigualdad, y no la pobreza en sí.
- Ética deóntica kantiana. El argumento aquí será: la superioridad moral del capitalismo de libre mercado se debe a que es el sistema de convivencia más compatible con la dignidad humana, porque está basado en el respeto a la autonomía de cada individuo. Daremos respuesta al contraargumento clásico, según el cual el libre mercado fomenta la explotación del hombre por el hombre, el cual se convierte en un simple instrumento del mercado.
- Ética de las virtudes. Defenderemos aquí como argumento: la superioridad moral del libre mercado radica también en que nos hace más virtuosos a los ciudadanos. Y luego nos enfrentaremos al contraargumento usual en este punto que sostiene que la sociedad de consumo genera una cultura vacía y materialista.
1. Por sus consecuencias (argumento utilitario)
Miremos a nuestro alrededor por un momento. ¿Qué tenemos que no existía hace 25 años? Computadoras, pantallas gigantes, smartphones, iPads, Wi-Fi, apps que nos permiten comunicarnos en tiempo real en cualquier parte del mundo, cámaras HD, aires acondicionados centrales, etc. Ahora vámonos cien años atrás: en ese entonces no había aire acondicionado, electricidad, agua potable, agua embotellada, café soluble, sanidad elemental, cura para enfermedades muy simples como la neumonía, aviones, teléfonos, etc. ¿Sabían que ustedes viven mejor que los reyes y los magnates de hace cien años, y mucho mejor que los de hace 200 años? Miremos este gráfico de humanprogress.org, proyecto dedicado a dar cuenta del progreso de la humanidad, que tiene datos de Estados Unidos pero resulta válido para ejemplificar lo que ha pasado en la mayoría del mundo:
Por último, les comento que en septiembre de 2018 por primera vez en la historia la mayoría de la humanidad es de clase media.
¿Si sacar de la miseria a millones de seres humanos no es moral, qué lo es?
1.2. Contrargumento: el capitalismo de libre mercado es inmoral porque ha generado mayor desigualdad social.
Aún entre quienes aceptan lo anterior, te dicen: sí, lo que quieras, somos menos pobres que antes, más sanos, más ilustrados, menos ignorantes, vivimos muchos más años, estamos más conectados, más felices, pero hay un problema: somos más desiguales. El capitalismo genera sociedades profundamente desiguales. La producción literaria sobre el tema es casi infinita. No obstante, ha destacado en últimos años la obra de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI (2014), con una de las citas más lapidarias sobre el tema:
“La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910”.
Suena muy mal, ¿verdad? Si estamos igual que en 1910, ¿dónde está ese progreso del que hemos hablado? Se olvida Piketty de que hoy la torta repartida es mucho, mucho más grande que en 1910; por tanto, si es verdad que la proporción de reparto sigue igual—asunto muy debatible—también es verdad que la porción que le toca a cada uno es mucho, mucho mayor. Supongamos que la riqueza fuera una pizza, y alguien nos dice: es terrible que a los más pobres nos siga tocando la misma proporción de pizza que hace un siglo. Lo que no te dice ese alguien es que en este caso se trata de una suerte de pizza mágica, porque cada día se ha hecho más y más grande, con más ingredientes que mejoran su sabor y valor nutricional. Sigue siendo desigual el reparto, pero ya no eres pobre. Esto lo explica bien Steven Pinker en su libro, En Defensa de la Ilustración (2018):
“La confusión de la desigualdad con la pobreza proviene directamente de la falacia de cantidad fija, es decir, de la mentalidad según la cual la riqueza es un recurso finito, como el cadáver de un antílope, que ha de repartirse con el sistema de suma cero, de modo que si alguien termina teniendo más, otros habrán de tener menos”.
Esta cuestión ha sido desarrollada recientemente, desde una perspectiva ética, por Harry Frankfurt, en Sobre la Desigualdad (2015), donde señala:
“Desde el punto de vista moral, no es importante que todos tengan lo mismo. Lo que importa en términos morales es que cada uno tenga lo suficiente”.
Más aún, en un mundo de personas libres habría que intervenir constantemente para lograr igualdad material perpetua, como bien apuntó Robert Nozick en Anarquía, Estado y Utopía. Actualizando un ejemplo de Nozick, imaginemos que pasamos una ley por medio de la cual todos tienen 100 mil dólares en su cuenta, y a partir de ahí somos libres de nuevo. Imaginemos qué pasará con Messi, que sigue siendo tan talentoso para el fútbol como lo es ahora. Imaginemos que firma un contrato con el Barcelona, en virtud del cual recibirá 1 euro por cada entrada vendida a los partidos donde juega. Como mucha gente quiere verlo, asumamos que la siguiente temporada asisten un millón de personas a ver sus partidos. Un millón que prefiere entregar ese euro a Messi, porque el valor que genera para ellos verlo es más importante que ese euro. ¿Qué pasará? Pues que Messi tendrá un millón de euros y los demás solo 99.999. Volverá la desigualdad. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos a igualar? ¿Hasta cuándo? Por su parte, Martín Krause lo explica muy bien cuando señala que lo que importa es la pobreza, no la desigualdad, en el vídeo: La desigualdad no es pobreza.
2. Respeta la dignidad humana (argumento deóntico)
Ya hemos visto que a partir de un análisis consecuencialista, la moralidad del capitalismo es incontestable. Pero ahí viene a la conciencia de quienes enseñamos en filosofía moral la visión kantiana: el hombre nunca puede ser un medio, siempre un fin, por más que las consecuencias sean buenísimas. Y aquí viene la pregunta que algunos se hacen: ¿es compatible el liberalismo económico con la dignidad inherente del ser humano?, ¿no es el capitalismo un sistema en el que unos—trabajadores, consumidores, clientes—solo sirven de medio a los fines de otros—empresarios, capitalistas, etc.—y donde se “cosifica” a las personas? Al menos esa es la perorata de ciertos sectores anticapitalistas que nos dicen: está bien, nos hicimos más ricos y somos todos más prósperos, sanos y cómodos, pero igual algunos seguimos siendo explotados como seres de segunda clase. Quizá nuestra vida ya no es miserable, pero somos esclavos al fin y al cabo del capital que nos ve como meros consumidores. La realidad dice otra cosa: el libre mercado es el único sistema donde cada persona puede ser tratada con verdadero respeto a su autonomía.
Smith, principal defensor intelectual del libre mercado, estaba explicando simplemente cómo funciona una sociedad comercial, donde todos tenemos igual dignidad, y donde la única manera de conseguir algo de los demás es obtener su aprobación ofreciendo algo a cambio, en lugar de exigírselo por la fuerza o en virtud de nuestro estatus (ya sea porque somos necesitados, señores feudales, industria estratégica, artistas sin éxito comercial, etc.). Ello no quiere decir que los demás no puedan regalarnos cosas, que sean caritativos y no quieran nada a cambio de su favor. Esa es una opción, muy frecuente. Pero nosotros vamos ante ellos ofreciendo algo a cambio de lo que queremos. Eso es sinónimo de “respeto” por la dignidad ajena, como sostiene Otteson con relación al texto de Smith, no de “egoísmo” como lo entienden los detractores del capitalismo. ¿O ustedes son unos egoístas al pedir que pongan gasolina en lugar de regalar su dinero al señor de la gasolinera que muy probablemente lo necesita más que ustedes?
De lo anterior se deduce también la inmoralidad del proteccionismo comercial. Cuando el Estado impide o dificulta el acceso a determinadas opciones para favorecer a determinados ofertantes, están irrespetando la libertad de decisión de los ciudadanos, sometiéndolos a las “necesidades” o “intereses” de otros. Eso es exactamente lo que pasa en Ecuador con los aranceles, cuando cargan impuestos a las importaciones para proteger la industria nacional (las empresas beneficiadas son las privilegiadas, y los consumidores los explotados). O con el famoso sistema de 1x1 en las radios locales para promover a la producción local—consumidores y radios—porque justifica que les impongas tus preferencias. O cuando impiden que la publicidad se produzca en el extranjero para favorecer a las empresas de comunicación locales. Nos tratan a los demás como ciudadanos de segunda que debemos sujetar nuestros intereses personales a los de aquellos que reciben el privilegio que las leyes les otorgan en virtud de su status (de nuevo, ya sea por que son “menos favorecidos”, “artistas”, “empresarios que generan empleo”, etc., los pretextos siempre sobran).
Esta visión es coherente también con la tolerancia de las desigualdades en sociedades abiertas. Más aún, al ciudadano de a pie aparentemente no le importa la desigualdad, siempre que la considere fruto de un proceso justo: esfuerzo, mérito, juego limpio, como lo quieran llamar. Eso demostraron Starmans, Sheskin y Bloom en un estudio titulado “Why people prefer unequal societies”. Esa es la razón por la que el proyecto de ley de impuesto a la herencia que intentó aprobar Rafael Correa en Ecuador desató tanta reacción social, incluso de los chiros que no se habrían visto en la obligación de asumirlo. Lo cual nos lleva a que sí existen “desigualdades” indeseadas moralmente, aquellas que son el fruto de la injusticia, que se construyen en base a la intervención del Estado para otorgar privilegios (subsidios o preferencias) con cargo a las libertades y dinero ajeno, en lugar del respeto a las reglas de la libre competencia.
Una vez que uno empieza a pensar acerca de la necesidad de eliminar las causas “malas” de la desigualdad, mientras que se deja las “buenas” causas tal cual, usted no está realmente actuando en torno a la desigualdad, sino en torno a la justicia o en torno a otras cosas que la afectan. Deberíamos eliminar el capitalismo de compadres, evitar que los contribuyentes rescaten a los bancos, y asegurar los mercados competitivos que la gente quiere debido a razones de eficiencia y justicia, sin importar su efecto sobre las medidas de desigualdad, tales como el coeficiente Gini.
Y qué decir de la liberación femenina, otro maravilloso side effect del progreso capitalista. Las mujeres han salido de ese rol secundario al que las condenaba la sociedad precapitalista, donde las tareas domésticas absorbían su día entero y no eran consideradas ciudadanas en igualdad de derechos con el hombre. Gracias al avance económico de los últimos cien años, donde lo que se valora ya no es la fuerza física sino la capacidad intelectual, y a la derogación de privilegios legales de los hombres, las mujeres han demostrado no solo ser igualmente capaces que los hombres, sino que tienen aptitudes evolutivas que les permiten destacar más que sus pares masculinos en diversos ámbitos profesionales relacionados a la comunicación, humanidades y servicios. Por otra parte, los países con economías más abiertas demuestran, según estudios del Instituto Fraser y el Banco Mundial, mejores índices de igualdad de género que los países económicamente menos libres. El progreso material ha hecho mucho por la equiparación del estatus moral de ambos sexos, capaces de comerciar entre sí en igualdad de condiciones, acreedores del mismo respeto, como lo demuestra el siguiente gráfico, que relaciona el puntaje promedio del Índice de Disparidad de Género (puntuación cercana a 1 indica que las mujeres y hombres reciben el mismo trato ante la ley) con el índice de libertad económica para el año 2015:

2.2 Contraargumento: el “problema” moral de la asimetría en el poder de negociación.
En este punto hay algunos que le dicen a Adam Smith: perfecto Adam, muy bonito tu mundo idílico donde todo el mundo busca la armonía de sus intereses personales mediante el comercio entre personas libres de coerción y dignas de respeto, pero la realidad es distinta. Cuando un trabajador desesperado por la pobreza, que tiene que alimentar a sus hijos hambrientos, va donde un empresario para pedir trabajo, no hay igualdad de condiciones. Y el empresario tiende a aprovecharse de esa situación para imponerle sueldos de miseria. Ahí hay “libertad formal” para el trabajador que puede optar por morir de hambre en lugar de aceptar, pero no hay “libertad real” porque en la práctica no tiene otra alternativa. Hay coerción solapada, no elección libre. Por tanto, el Estado debe intervenir en favor del trabajador para resolver esa despiadada asimetría en el poder de negociación. Esa precisamente es la visión ética que subyace a nuestras leyes en materia laboral. De ahí que se establezca un salario mínimo por debajo del cual nadie puede ser contratado, que además sube todos los años. Por ello además es muy difícil despedir a un trabajador, y se debe pagar altísimas cuantías por indemnizaciones por “despido intempestivo”, o incluso en caso de renuncia, lo cual es surreal.
La respuesta es muy simple. Decir que una persona es libre de elegir su destino no quiere decir que las condiciones en las cuales lo haga siempre sean las mejores, o que sus opciones sean siempre relativamente buenas. Existen situaciones dramáticas donde es verdad que se da una asimetría en la negociación, porque una de las partes tiene la sartén por el mango. Pero esos casos excepcionales no pueden ser la vara con la que se mida la moralidad de un sistema entero, porque en el socialismo esa es la regla, no la excepción: todos se encuentran sujetos al poder unilateral (ya no se diga asimétrico) de una autoridad central que dispone sobre el destino de los demás. Mientras más poder reciba el Estado sobre nuestras vidas, más autonomía perdemos, ya no como excepción sino como regla general. Más aún, la prosperidad que viene aparejada a la libertad económica genera más poder de negociación entre los asalariados, como explica Tomasi:
“…en las sociedades prósperas los trabajadores tienen más poder de negociación que en las pobres. Con un abanico de alternativas laborales atractivas, los trabajadores pueden pedir mayores salarios o dejar sus trabajos en busca de una experiencia laboral que ellos estimen más atractiva…”.
Miremos el caso de China, donde la mano de obra exige ya mejores sueldos. Votan con sus pies. Puede que existan casos de personas desesperadas trabajando en condiciones de miseria, pero son mucho menos que en 1900, y muchísimos menos que en 1800. “Eso es gracias a que el capitalismo ha funcionado”, apunta McCloskey, “no debido a acuerdos sindicales o regulaciones gubernamentales, que hoy prevalecen mejores condiciones de trabajo”.
Por otra parte, hay que tener presente las “consecuencias no intencionadas” de las interferencias estatales en las relaciones contractuales entre empleado y empleador. Las leyes de salario mínimo pueden generar informalidad y desempleo cuando el monto se fija por encima del mercado. Veamos sino lo que pasa en Ecuador, con una siempre alta tasa de empleo informal. Por otra parte, la “rigidez laboral” desincentiva la contratación de nuevos trabajadores, ya que los empresarios se lo piensan muchas veces antes de hacer nuevas contrataciones que puedan generar altos costos en el futuro si el empleado no rinde o la empresa se hunde y se ve obligada a despedir su plantilla. Ese el gran problema de mercados laborales como el español, con altísimas tasas de desempleo en comparación al promedio de países de la OCDE. Las medidas que defienden los supuestos adalides de la justicia social y la libertad real suelen tener repercusiones perversas para aquellos a quienes dicen defender, y adoptarlas aún pese a la evidencia sobre sus consecuencias es una actitud irresponsable moralmente.
3. Nos hace mejor persona (argumento de las virtudes)
3. Ética de las virtudes: de por qué el capitalismo no solo nos hace más prósperos de forma digna, sino que además nos hace mejores personas, tanto que hasta nos preocupamos por el bienestar de las gallinas.
Los ricos tienen mala publicidad desde tiempos bíblicos. Antiguamente, la única manera de enriquecerse era el robo, la explotación de los demás. Los reyes y señores feudales explotaban a los suyos o saqueaban a terceros (Vikings). Así fue durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Si eres rico es porque lo conseguiste por la fuerza. La riqueza por tanto generaba suspicacias. En un mundo donde la pizza nunca crece, volviendo al ejemplo utilizado en el primer apartado, si tu porción crece es porque la del vecino se encoge. Difícilmente se puede ser virtuoso y rico así. Y digamos que la imagen del millonario sigue siendo la misma, sino vean Los Simpsons, ¿quién aquí quiere ser como el Sr. Burns? Nos gusta más Tony Stark, que redime el pecado original de su riqueza salvando el mundo como Iron Man, al igual que pasa con Bruce Wayne y Batman. El millonario siempre tiene un pecado que expiar. Superman es criado por granjeros humildes, Lex Luthor es un niño rico. En la serie You, las niñas ricas son superficiales y malas amigas. La riqueza implica pecado en la pop culture. En el mundo de Netflix, salvo honrosas excepciones, la riqueza es una especie de pecado.
El prejuicio contra la riqueza generada por el comercio es un atavismo que conservamos de la historia de la humanidad. El cristianismo antiguo consideró al comerciante como un pecador:
“Los mercaderes de lujos, que se han enriquecido a costa de ellos, se pararán lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentando”. Apocalipsis 18:15
“Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios”. Mateo 19:24
Las sociedades aristocráticas también vieron muy mal a los comerciantes de clase media que prosperaban, porque en el capitalismo no hay rangos de cuna, el rango se gana en la “cooperación competitiva”. El desprecio del noble por la prosperidad del emprendedor es graficada en series como Downton Abbey o Mr. Selfridge. Al aristócrata le parecía abominable que alguien pueda ser admirado por acumular riqueza invirtiendo dinero, porque ello contradecía sus valores. En su mundo, la admiración se gana con las espada o desde el púlpito.
3.2 Contraargumento: el capitalismo nos ha hecho materialistas.
El libre comercio sigue teniendo mala publicidad incluso entre los filósofos morales más importantes de hoy, como el profesor de Harvard, Michael Sandel, quien en su libro Lo que el dinero no puede comprar, señala:
“El razonamiento mercantil vacía también, a su particular manera, la vida pública de argumentos morales. Parte del atractivo de los mercados estriba en que no emiten juicios sobre las preferencias que satisfacen. No se preguntan si ciertas maneras de valorar bienes son más nobles o más dignas que otras... Pero nuestra reluctancia a emplear argumentos morales y espirituales, junto con nuestra aceptación de los mercados, nos ha hecho pagar un alto precio: ha drenado el discurso público de toda energía moral y cívica”.
¿Es cierto esto que señala Sandel? En realidad, las sociedades capitalistas maduras son más morales, porque cuando tienes el estómago lleno y la mayoría de tus necesidades satisfechas puedes preocuparte por ser mejor persona. McCloskey señala una gran verdad: “El culto vulgar al mero consumo caracteriza más a las sociedades pre y anticapitalistas que a las capitalistas tardías”[2]. Vayan a Cuba y verán como veneran las cosas de marca, o viajen a Rusia para ver el materialismo de una sociedad que experimentó la pobreza más abyecta por décadas de virtuoso socialismo. Solo en las sociedades capitalistas maduras, donde existe un nivel de prosperidad por el cual la supervivencia ya no es una cuestión que preocupe mayormente, la gente se preocupa por el bienestar emocional de las gallinas que pusieron los huevos que consumen. McCloskey remata:
“…si adoptamos un criterio aristotélico diríamos que la mayoría de la gente es más plena como ser humano después del capitalismo. Tiene más vida a su alcance. El antropólogo Grant McCraken ha hablado de la ‘plenitud’ que trajo consigo el mundo moderno. Un poco en broma, pone como ejemplo 15 maneras de vivir la adolescencia en Estados Unidos en 1990: rocker, surfer-skater, aficionado al breakdance, gótico, punk, hippie, líder estudiantil, deportista, etc., etc. Hoy en día las opciones son incluso más amplias. ‘En la década de 1950—señala, solo había dos categorías—. Podía ser convencional o James Dean, Nada más’… La plenitud surgió de gente libre que pasó por el tamiz de la abundancia, dándose una identidad en su música y manera de vestir”.
Así mismo, la libertad económica fomenta el cuidado del medio ambiente. The Heritage Foundation lo constata mediante la comparación de la evolución de dos índices: libertad económica y desempeño ambiental. El siguiente gráfico demuestra que desde el año 2000, en promedio, las economías se han vuelto más libres (aumento de 3 por ciento), y del mismo modo, el desempeño ambiental ha aumentado 6 por ciento.

¿Hace a los ciudadanos más virtuosos? McCloskey lo responde en este vídeo: ¿Cómo el comercio nos protege?
Por otra parte, Sandel sostiene en su libro que hay ciertos ámbitos que deben estar exentos del comercio, porque no pueden ser profanados, por respeto. ¿Deberían estar ciertos bienes—como los primeros puestos de las misas papales, los puestos en filas para citas médicas, etc.—ajenas al ánimo de lucro por respeto por su valor intrínseco? En Ecuador, por ejemplo, se prohíbe que las universidades tengan ánimo de lucro. Le respondemos a Sandel inspirados por Otteson. Lo que se debe respetar es a estudiantes y educadores, no la educación. Señala:
“Sandel se ha equivocado en apuntar el objeto de respeto. No son los bienes los que merecen respeto. Son las personas las que tienen la dignidad como agentes morales, no las cosas que crean o intercambian. Las cosas materiales e inertes no tienen valor intrínseco para nada, estas solo tienen el valor que los agentes morales les otorguen. El respeto apropiado debe comenzar, entonces, con respetando a los agentes que toman decisiones. Si tú puedes prohibir ciertas clases de asociación, o si les impides realizar actividades o transacciones con las cuales no concuerdas, entonces no importa cuales sean tus intenciones u objetivos, porque tú no los respetas a ellos”.
Y para quienes dicen que la globalización capitalista desarraiga la identidad cultural de los pueblos y naciones—pregúntense por qué tenemos la “ley 1x1” que obliga a las radios a pasar canciones de un artista local por cada extranjero—Mario Vargas Llosa responde:
Conclusiones
La propuesta del capitalismo es protópica, no utópica. Busca el mejoramiento constante y gradual de la sociedad, de forma espontánea y evolutiva. Es una situación de constante mejoramiento, imperceptible casi en el corto plazo, pero de enorme vista, como lo hemos hecho, en perspectiva histórica. Hace sociedades más abiertas y más prósperas. En eso se diferencia de la propuesta utópica del socialismo, que busca imponer el cielo en la tierra, de forma centralizada, como si fuéramos piezas de ajedrez del iluminado de turno. Ahí no cabe la propiedad privada ni la libertad de contratación. Eso lo sufrió la Unión Soviética, Cuba, Corea del Norte, y hoy Venezuela.
Por eso es importante que empecemos a defender el libre mercado desde una perspectiva moral, porque solo así evitaremos que líderes mesiánicos nos lleven nuevamente por la vía de la opresión y la pobreza. Por ello es fundamental apreciar la importancia ética que tiene el respeto de la propiedad privada y la libertad individual. Porque el comercio nos hace más prósperos, libres y humanos. No obstante, en la esfera académica reina el mismo desprecio por el comerciante que existía en la antigua aristocracia. Bien apunta Steven Pinker: