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FAQ
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1. Por sus consecuencias (argumento utilitario)1. Ética consecuencialista: de cómo el libre mercado sacó a la humanidad de la pobreza y de por qué la desigualdad social no es un problema moral Miremos a nuestro alrededor por un momento. ¿Qué tenemos que no existía hace 25 años? Computadoras, pantallas gigantes, smartphones, iPads, Wi-Fi, apps que nos permiten comunicarnos en tiempo real en cualquier parte del mundo, cámaras HD, aires acondicionados centrales, etc. Ahora vámonos cien años atrás: en ese entonces no había aire acondicionado, electricidad, agua potable, agua embotellada, café soluble, sanidad elemental, cura para enfermedades muy simples como la neumonía, aviones, teléfonos, etc. ¿Sabían que ustedes viven mejor que los reyes y los magnates de hace cien años, y mucho mejor que los de hace 200 años? Miremos este gráfico de humanprogress.org, proyecto dedicado a dar cuenta del progreso de la humanidad, que tiene datos de Estados Unidos pero resulta válido para ejemplificar lo que ha pasado en la mayoría del mundo: Ustedes viven mejor que Rockefeller, el hombre más rico de la historia de los Estados Unidos. Quizá él tenía mucho más dinero que ustedes, pero los servicios y productos que hacen nuestras vidas hoy más productivas, saludables y cómodas no existían en ese entonces. Si quería transportarse de un lado a otro, tenía que hacerlo a caballo, o en tren si es que llegaba alguno, o en unos carros muy incómodos y lentos. Si quería enviar una carta tenía que esperar semanas, tantas como lo que le costaba ir a Europa en un barco. No tenía acceso a vacunas para enfermedades como la polio. Podría haber muerto de una simple gripe o de una cortada infectada. La luz eléctrica era un verdadero lujo del que se benefició tarde en su vida. Ni hablar de una oficina con aire acondicionado en el cálido verano. Ni radio, ni Internet, ni películas, peor microondas, nada de todo aquello que damos por descontado hoy6. Y mejor no imaginarse cómo vivían los pobres de esa época, que eran la inmensa mayoría de la humanidad entonces. Sus hijos morían de niños, por eso tenían tantos. Tener pocos hijos es un lujo de las sociedades prósperas. Terminar la escuela e ir a la secundaria era un lujo, la mayoría tenía que ayudar a trabajar a sus padres, en la casa, cuidando el ganado, la plantación o lo que fuera. Que los niños puedan ser niños sin tener que trabajar es algo tan novedoso como la sociedad capitalista moderna. Vean una película llamada 1922, que retrata la aspereza de la vida en el campo por aquellos años. O, si se quieren ir muchos siglos atrás, los invito a ver series como Vikings, o The Last Kingdom, para que vean cómo la vida en el siglo VIII era miserablemente pobre, incluso para los reyes. En Versailles verán cómo la familia de Luis XIV, el gran Rey Sol, no tenía inodoros en sus palacios, y morían también de enfermedades que hoy no requieren ni una visita del doctor. ¿Por qué cambió todo esto? La profesora de Historia Económica Deirdre McCloskey denomina lo sucedido como “el gran suceso”, y lo explica en este vídeo: ¿Qué causó el auge económico? Deirdre McCloskey [Archivo de vídeo]. (2016, Junio 4). https://youtu.be/n8SsWdNMBuc Ese cambio súbito en el progreso material de la humanidad, del que nos habla McCloskey, se dio precisamente gracias a lo que algunos llaman “la primera globalización”: fue la primera vez que las principales economías del mundo occidental (Europa Occidental, Estados Unidos, Argentina, etc.) liberalizaron sus economías y se integraron a nivel internacional permitiendo el libre tránsito de servicios, mercancías y personas a través de sus fronteras, y adoptando regímenes que garantizaban la propiedad privada, el cumplimiento de las obligaciones contractuales, así como la estabilidad tributaria y monetaria. Hasta los padres del comunismo moderno, Marx y Engels, lo reconocían ya en 1848, cuando todavía no se había visto lo mejor: “En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo...” (Marx y Engels, Manifiesto Comunista, 1848). Sin embargo, los académicos socialistas inventaron una leyenda, la leyenda del capitalismo salvaje. El propio Marx decía que al final ese proceso de prosperidad frenética terminaría en la pauperización extrema del proletariado por la tendencia monopólica del capitalismo, pero su profecía se mostró falsa durante su propia vida. Friedrich Hayek editó un libro llamado Los Historiadores y el Capitalismo, donde junto a un grupo de académicos desmonta todos esos mitos. Lastimosamente, esa visión falsa de la historia se popularizó en la pop culture, con lo que Antonio Escohotado llama “sesgo lacrimógeno”, comenzando con los libros de Charles Dickens que retratan esa era como una de explotación inmisericorde, cuando lo que pasaba era algo muy distinto: la inmigración campo-ciudad y el auge de concentración de cinturones de miseria en las ciudades industriales que, visto de una perspectiva a largo plazo, constituía un proceso de transformación económica que estaba sacando a millones de personas de la pobreza. Lo mismo que ha pasado en China durante las últimas décadas. Finalmente, podemos ver cómo el capitalismo nos ha sacado de la pobreza en un conjunto de láminas que contienen datos que son solo la punta del iceberg: Fuente: The Economist, (2013) Fuente: Cato Institute, (2015) Fuente: The Economist, (2013) Fuente: Our World In Data, (2016) Por último, les comento que en septiembre de 2018 por primera vez en la historia la mayoría de la humanidad es de clase media. ¿Si sacar de la miseria a millones de seres humanos no es moral, qué lo es? 1.2. Contrargumento: el capitalismo de libre mercado es inmoral porque ha generado mayor desigualdad social. Aún entre quienes aceptan lo anterior, te dicen: sí, lo que quieras, somos menos pobres que antes, más sanos, más ilustrados, menos ignorantes, vivimos muchos más años, estamos más conectados, más felices, pero hay un problema: somos más desiguales. El capitalismo genera sociedades profundamente desiguales. La producción literaria sobre el tema es casi infinita. No obstante, ha destacado en últimos años la obra de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI (2014), con una de las citas más lapidarias sobre el tema: “La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910”. Suena muy mal, ¿verdad? Si estamos igual que en 1910, ¿dónde está ese progreso del que hemos hablado? Se olvida Piketty de que hoy la torta repartida es mucho, mucho más grande que en 1910; por tanto, si es verdad que la proporción de reparto sigue igual—asunto muy debatible—también es verdad que la porción que le toca a cada uno es mucho, mucho mayor. Supongamos que la riqueza fuera una pizza, y alguien nos dice: es terrible que a los más pobres nos siga tocando la misma proporción de pizza que hace un siglo. Lo que no te dice ese alguien es que en este caso se trata de una suerte de pizza mágica, porque cada día se ha hecho más y más grande, con más ingredientes que mejoran su sabor y valor nutricional. Sigue siendo desigual el reparto, pero ya no eres pobre. Esto lo explica bien Steven Pinker en su libro, En Defensa de la Ilustración (2018): “La confusión de la desigualdad con la pobreza proviene directamente de la falacia de cantidad fija, es decir, de la mentalidad según la cual la riqueza es un recurso finito, como el cadáver de un antílope, que ha de repartirse con el sistema de suma cero, de modo que si alguien termina teniendo más, otros habrán de tener menos”. Esta cuestión ha sido desarrollada recientemente, desde una perspectiva ética, por Harry Frankfurt, en Sobre la Desigualdad (2015), donde señala: “Desde el punto de vista moral, no es importante que todos tengan lo mismo. Lo que importa en términos morales es que cada uno tenga lo suficiente”. Más aún, en un mundo de personas libres habría que intervenir constantemente para lograr igualdad material perpetua, como bien apuntó Robert Nozick en Anarquía, Estado y Utopía. Actualizando un ejemplo de Nozick, imaginemos que pasamos una ley por medio de la cual todos tienen 100 mil dólares en su cuenta, y a partir de ahí somos libres de nuevo. Imaginemos qué pasará con Messi, que sigue siendo tan talentoso para el fútbol como lo es ahora. Imaginemos que firma un contrato con el Barcelona, en virtud del cual recibirá 1 euro por cada entrada vendida a los partidos donde juega. Como mucha gente quiere verlo, asumamos que la siguiente temporada asisten un millón de personas a ver sus partidos. Un millón que prefiere entregar ese euro a Messi, porque el valor que genera para ellos verlo es más importante que ese euro. ¿Qué pasará? Pues que Messi tendrá un millón de euros y los demás solo 99.999. Volverá la desigualdad. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos a igualar? ¿Hasta cuándo? Por su parte, Martín Krause lo explica muy bien cuando señala que lo que importa es la pobreza, no la desigualdad, en el vídeo: La desigualdad no es pobreza. Pero aún para quienes piensan que la desigualdad sí tiene implicaciones morales, la prosperidad generalizada que ha traído el capitalismo serviría de justificación para la desigualdad social. Para la estrella de la Filosofía Moral, John Rawls, en su libro Teoría de la Justicia (1975), se justifica la desigualdad material solo cuando esta beneficia a quienes menos tienen. Para Rawls, la desigualdad social solo se justifica si el sistema que la permite, a la vez beneficia aún en mayor medida a los sectores más desposeídos de la sociedad. Esto es lo que él llama el “principio de diferencia”. Para los académicos de la Escuela de Arizona, bajo esa misma lógica las economías capitalistas son las que mejor satisfacen el principio de diferencia, como apunta Tomasi, en virtud de la mayor riqueza que producen con el tiempo, especialmente para los más pobres. Si bien Rawls, como gran parte de sus discípulos, piensa que esa distribución debe hacerse de forma más centralizada, porque no confía en el “orden espontáneo” del mercado, la historia ha demostrado que está equivocado. Solo una parte pequeña del progreso puede explicarse de esa manera.
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3. Nos hace mejor persona (argumento de las virtudes)3. Ética de las virtudes: de por qué el capitalismo no solo nos hace más prósperos de forma digna, sino que además nos hace mejores personas, tanto que hasta nos preocupamos por el bienestar de las gallinas. 3.1. Argumento: la prosperidad general que permite el libre mercado nos hace ciudadanos más virtuosos. Los ricos tienen mala publicidad desde tiempos bíblicos. Antiguamente, la única manera de enriquecerse era el robo, la explotación de los demás. Los reyes y señores feudales explotaban a los suyos o saqueaban a terceros (Vikings). Así fue durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Si eres rico es porque lo conseguiste por la fuerza. La riqueza por tanto generaba suspicacias. En un mundo donde la pizza nunca crece, volviendo al ejemplo utilizado en el primer apartado, si tu porción crece es porque la del vecino se encoge. Difícilmente se puede ser virtuoso y rico así. Y digamos que la imagen del millonario sigue siendo la misma, sino vean Los Simpsons, ¿quién aquí quiere ser como el Sr. Burns? Nos gusta más Tony Stark, que redime el pecado original de su riqueza salvando el mundo como Iron Man, al igual que pasa con Bruce Wayne y Batman. El millonario siempre tiene un pecado que expiar. Superman es criado por granjeros humildes, Lex Luthor es un niño rico. En la serie You, las niñas ricas son superficiales y malas amigas. La riqueza implica pecado en la pop culture. En el mundo de Netflix, salvo honrosas excepciones, la riqueza es una especie de pecado. El prejuicio contra la riqueza generada por el comercio es un atavismo que conservamos de la historia de la humanidad. El cristianismo antiguo consideró al comerciante como un pecador: “Los mercaderes de lujos, que se han enriquecido a costa de ellos, se pararán lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentando”. Apocalipsis 18:15 “Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios”. Mateo 19:24 Las sociedades aristocráticas también vieron muy mal a los comerciantes de clase media que prosperaban, porque en el capitalismo no hay rangos de cuna, el rango se gana en la “cooperación competitiva”. El desprecio del noble por la prosperidad del emprendedor es graficada en series como Downton Abbey o Mr. Selfridge. Al aristócrata le parecía abominable que alguien pueda ser admirado por acumular riqueza invirtiendo dinero, porque ello contradecía sus valores. En su mundo, la admiración se gana con las espada o desde el púlpito. 3.2 Contraargumento: el capitalismo nos ha hecho materialistas. El libre comercio sigue teniendo mala publicidad incluso entre los filósofos morales más importantes de hoy, como el profesor de Harvard, Michael Sandel, quien en su libro Lo que el dinero no puede comprar, señala: “El razonamiento mercantil vacía también, a su particular manera, la vida pública de argumentos morales. Parte del atractivo de los mercados estriba en que no emiten juicios sobre las preferencias que satisfacen. No se preguntan si ciertas maneras de valorar bienes son más nobles o más dignas que otras... Pero nuestra reluctancia a emplear argumentos morales y espirituales, junto con nuestra aceptación de los mercados, nos ha hecho pagar un alto precio: ha drenado el discurso público de toda energía moral y cívica”. ¿Es cierto esto que señala Sandel? En realidad, las sociedades capitalistas maduras son más morales, porque cuando tienes el estómago lleno y la mayoría de tus necesidades satisfechas puedes preocuparte por ser mejor persona. McCloskey señala una gran verdad: “El culto vulgar al mero consumo caracteriza más a las sociedades pre y anticapitalistas que a las capitalistas tardías”[2]. Vayan a Cuba y verán como veneran las cosas de marca, o viajen a Rusia para ver el materialismo de una sociedad que experimentó la pobreza más abyecta por décadas de virtuoso socialismo. Solo en las sociedades capitalistas maduras, donde existe un nivel de prosperidad por el cual la supervivencia ya no es una cuestión que preocupe mayormente, la gente se preocupa por el bienestar emocional de las gallinas que pusieron los huevos que consumen. McCloskey remata: “…si adoptamos un criterio aristotélico diríamos que la mayoría de la gente es más plena como ser humano después del capitalismo. Tiene más vida a su alcance. El antropólogo Grant McCraken ha hablado de la ‘plenitud’ que trajo consigo el mundo moderno. Un poco en broma, pone como ejemplo 15 maneras de vivir la adolescencia en Estados Unidos en 1990: rocker, surfer-skater, aficionado al breakdance, gótico, punk, hippie, líder estudiantil, deportista, etc., etc. Hoy en día las opciones son incluso más amplias. ‘En la década de 1950—señala, solo había dos categorías—. Podía ser convencional o James Dean, Nada más’… La plenitud surgió de gente libre que pasó por el tamiz de la abundancia, dándose una identidad en su música y manera de vestir”. Así mismo, la libertad económica fomenta el cuidado del medio ambiente. The Heritage Foundation lo constata mediante la comparación de la evolución de dos índices: libertad económica y desempeño ambiental. El siguiente gráfico demuestra que desde el año 2000, en promedio, las economías se han vuelto más libres (aumento de 3 por ciento), y del mismo modo, el desempeño ambiental ha aumentado 6 por ciento. ¿Hace a los ciudadanos más virtuosos? McCloskey lo responde en este vídeo: ¿Cómo el comercio nos protege? Por otra parte, Sandel sostiene en su libro que hay ciertos ámbitos que deben estar exentos del comercio, porque no pueden ser profanados, por respeto. ¿Deberían estar ciertos bienes—como los primeros puestos de las misas papales, los puestos en filas para citas médicas, etc.—ajenas al ánimo de lucro por respeto por su valor intrínseco? En Ecuador, por ejemplo, se prohíbe que las universidades tengan ánimo de lucro. Le respondemos a Sandel inspirados por Otteson. Lo que se debe respetar es a estudiantes y educadores, no la educación. Señala: “Sandel se ha equivocado en apuntar el objeto de respeto. No son los bienes los que merecen respeto. Son las personas las que tienen la dignidad como agentes morales, no las cosas que crean o intercambian. Las cosas materiales e inertes no tienen valor intrínseco para nada, estas solo tienen el valor que los agentes morales les otorguen. El respeto apropiado debe comenzar, entonces, con respetando a los agentes que toman decisiones. Si tú puedes prohibir ciertas clases de asociación, o si les impides realizar actividades o transacciones con las cuales no concuerdas, entonces no importa cuales sean tus intenciones u objetivos, porque tú no los respetas a ellos”. Y para quienes dicen que la globalización capitalista desarraiga la identidad cultural de los pueblos y naciones—pregúntense por qué tenemos la “ley 1x1” que obliga a las radios a pasar canciones de un artista local por cada extranjero—Mario Vargas Llosa responde: “Precisamente, una de las grandes ventajas de la globalización, es que ella extiende de manera radical las posibilidades de que cada ciudadano de este planeta interconectado—la patria de todos—construya su propia identidad cultural, de acuerdo a sus preferencias y motivaciones íntimas y mediante acciones voluntariamente decididas. Pues, ahora, ya no está obligado, como en el pasado y todavía en muchos lugares en el presente, a acatar la identidad que, recluyéndolo en un campo de concentración del que es imposible escapar, le imponen la lengua, la nación, la iglesia, las costumbres, etcétera, del medio en que nació. En este sentido, la globalización debe ser bienvenida porque amplía de manera notable el horizonte de la libertad individual”
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ConclusionesLa propuesta del capitalismo es protópica, no utópica. Busca el mejoramiento constante y gradual de la sociedad, de forma espontánea y evolutiva. Es una situación de constante mejoramiento, imperceptible casi en el corto plazo, pero de enorme vista, como lo hemos hecho, en perspectiva histórica. Hace sociedades más abiertas y más prósperas. En eso se diferencia de la propuesta utópica del socialismo, que busca imponer el cielo en la tierra, de forma centralizada, como si fuéramos piezas de ajedrez del iluminado de turno. Ahí no cabe la propiedad privada ni la libertad de contratación. Eso lo sufrió la Unión Soviética, Cuba, Corea del Norte, y hoy Venezuela. Por eso es importante que empecemos a defender el libre mercado desde una perspectiva moral, porque solo así evitaremos que líderes mesiánicos nos lleven nuevamente por la vía de la opresión y la pobreza. Por ello es fundamental apreciar la importancia ética que tiene el respeto de la propiedad privada y la libertad individual. Porque el comercio nos hace más prósperos, libres y humanos. No obstante, en la esfera académica reina el mismo desprecio por el comerciante que existía en la antigua aristocracia. Bien apunta Steven Pinker: “Me da la impresión de que, entre los académicos, el doux commerce simplemente no es una idea atractiva. Las élites culturales e intelectuales siempre se han sentido superiores a la gente de negocios, y no se les pasa por la cabeza atribuir a simples comerciantes el mérito de algo tan noble como la paz”
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2. Respeta la dignidad humana (argumento deóntico)Ética deóntica kantiana: de por qué el capitalismo del libre mercado es el único sistema donde se considera a las personas como soberanas y responsables de su vida. 2.1. Argumento: El capitalismo de libre mercado es el sistema de convivencia más compatible con la dignidad humana. Ya hemos visto que a partir de un análisis consecuencialista, la moralidad del capitalismo es incontestable. Pero ahí viene a la conciencia de quienes enseñamos en filosofía moral la visión kantiana: el hombre nunca puede ser un medio, siempre un fin, por más que las consecuencias sean buenísimas. Y aquí viene la pregunta que algunos se hacen: ¿es compatible el liberalismo económico con la dignidad inherente del ser humano?, ¿no es el capitalismo un sistema en el que unos—trabajadores, consumidores, clientes—solo sirven de medio a los fines de otros—empresarios, capitalistas, etc.—y donde se “cosifica” a las personas? Al menos esa es la perorata de ciertos sectores anticapitalistas que nos dicen: está bien, nos hicimos más ricos y somos todos más prósperos, sanos y cómodos, pero igual algunos seguimos siendo explotados como seres de segunda clase. Quizá nuestra vida ya no es miserable, pero somos esclavos al fin y al cabo del capital que nos ve como meros consumidores. La realidad dice otra cosa: el libre mercado es el único sistema donde cada persona puede ser tratada con verdadero respeto a su autonomía. Una pregunta, ¿cómo llegaron aquí hoy? Cuando fueron a poner gasolina para su carro, ¿le dijeron al señor de gasolinera: oye, te ordeno que me llenes el tanque de Súper porque lo necesito y tú estás obligado a satisfacer mis necesidades? ¿O le dijeron: mira, si tú me pones gasolina yo te pago lo que pides por galón? Ese señor no les puso gasolina en el tanque porque estaba obligado a ser caritativo con ustedes, ni porque ustedes le impusieron esa obligación de la nada. Porque ustedes y él saben que no es su esclavo. Él tampoco les podía decir: mira, dame 20 dólares ahora mismo, sin recibir gasolina a cambio, porque tú estás obligado a satisfacer mis necesidades. En ese caso ustedes se habrían convertido en esclavos de él, sujetos a sus mandatos, como seres humanos inferiores. Lo mismo pasa cuando compras un café, un carro, tu casa, etc. Bueno, esto que nos parece tan intuitivo, fue lo que quiso decir un profesor de Filosofía Moral llamado Adam Smith (1776), cuando acuñó una de las frases más citadas de la historia: "No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés, y nunca les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas" Smith, principal defensor intelectual del libre mercado, estaba explicando simplemente cómo funciona una sociedad comercial, donde todos tenemos igual dignidad, y donde la única manera de conseguir algo de los demás es obtener su aprobación ofreciendo algo a cambio, en lugar de exigírselo por la fuerza o en virtud de nuestro estatus (ya sea porque somos necesitados, señores feudales, industria estratégica, artistas sin éxito comercial, etc.). Ello no quiere decir que los demás no puedan regalarnos cosas, que sean caritativos y no quieran nada a cambio de su favor. Esa es una opción, muy frecuente. Pero nosotros vamos ante ellos ofreciendo algo a cambio de lo que queremos. Eso es sinónimo de “respeto” por la dignidad ajena, como sostiene Otteson con relación al texto de Smith, no de “egoísmo” como lo entienden los detractores del capitalismo. ¿O ustedes son unos egoístas al pedir que pongan gasolina en lugar de regalar su dinero al señor de la gasolinera que muy probablemente lo necesita más que ustedes? Como apunta Tom Palmer, “el capitalismo se basa en el rechazo de la ética del robo y el saqueo, medios por los cuales consiguen la parte de sus riquezas los ricos en otros sistemas económicos y políticos”. Hay dos opciones para obtener algo de los demás, la violenta y la pacífica. La violenta incluye utilizar el poder del Estado para robar a otros o para obtener privilegios. La pacífica es una sola: el intercambio voluntario de valor (comercio). Por eso cuando se habla de competencia en el libre mercado tendemos a confundirnos. No es un ring de box. El libre mercado es más bien cooperación competitiva, un “conjunto de personas que compiten para cooperar”. El empresario exitoso no es aquel que doblega nuestras voluntades para sacarnos plata del bolsillo a la fuerza, sino aquel que nos convence de darle nuestro dinero a cambio de un producto que para nosotros tiene más valor que ese dinero entregado. Los accionistas de Netflix están haciendo miles de millones porque casi 140 millones de personas deciden darles 9 dólares al mes por algo que antes nos habría costado quizá 10 mil dólares. Imaginen lo que hubiésemos tenido que pagar por todos los DVDs de las series y películas que hoy están a nuestra disposición por 9 dólares al mes. Es decir, nos han hecho la vida más cómoda, versátil y mucho más barata. Y en ello compite con Amazon Prime o Hulu, por ejemplo. Nadie nos dice: págale tanta cantidad dólares a Netflix porque sus accionistas lo necesitan. Lo pagamos porque el valor que nos genera supera para nosotros el valor de ese monto en nuestro bolsillo. Smith tenía razón, ellos nos tratan con respeto, como personas soberanas, nos hablan de nuestro propio interés para convencernos. Lo dice bien el ya citado Tomasi y junto a Matt Zwolinski: “El capitalismo no es acerca del triunfo del fuerte sobre el débil; es acerca del triunfo de todos sobre un tipo de sociedad en el cual los intereses de unos cuantos son favorecidos en desmedro de otros” De lo anterior se deduce también la inmoralidad del proteccionismo comercial. Cuando el Estado impide o dificulta el acceso a determinadas opciones para favorecer a determinados ofertantes, están irrespetando la libertad de decisión de los ciudadanos, sometiéndolos a las “necesidades” o “intereses” de otros. Eso es exactamente lo que pasa en Ecuador con los aranceles, cuando cargan impuestos a las importaciones para proteger la industria nacional (las empresas beneficiadas son las privilegiadas, y los consumidores los explotados). O con el famoso sistema de 1x1 en las radios locales para promover a la producción local—consumidores y radios—porque justifica que les impongas tus preferencias. O cuando impiden que la publicidad se produzca en el extranjero para favorecer a las empresas de comunicación locales. Nos tratan a los demás como ciudadanos de segunda que debemos sujetar nuestros intereses personales a los de aquellos que reciben el privilegio que las leyes les otorgan en virtud de su status (de nuevo, ya sea por que son “menos favorecidos”, “artistas”, “empresarios que generan empleo”, etc., los pretextos siempre sobran). Esta visión es coherente también con la tolerancia de las desigualdades en sociedades abiertas. Más aún, al ciudadano de a pie aparentemente no le importa la desigualdad, siempre que la considere fruto de un proceso justo: esfuerzo, mérito, juego limpio, como lo quieran llamar. Eso demostraron Starmans, Sheskin y Bloom en un estudio titulado “Why people prefer unequal societies”. Esa es la razón por la que el proyecto de ley de impuesto a la herencia que intentó aprobar Rafael Correa en Ecuador desató tanta reacción social, incluso de los chiros que no se habrían visto en la obligación de asumirlo. Lo cual nos lleva a que sí existen “desigualdades” indeseadas moralmente, aquellas que son el fruto de la injusticia, que se construyen en base a la intervención del Estado para otorgar privilegios (subsidios o preferencias) con cargo a las libertades y dinero ajeno, en lugar del respeto a las reglas de la libre competencia. Como bien apunta Ryan Bourne, la desigualdad debe ser pensada en términos de justicia, terreno de la filosofía moral y política: Una vez que uno empieza a pensar acerca de la necesidad de eliminar las causas “malas” de la desigualdad, mientras que se deja las “buenas” causas tal cual, usted no está realmente actuando en torno a la desigualdad, sino en torno a la justicia o en torno a otras cosas que la afectan. Deberíamos eliminar el capitalismo de compadres, evitar que los contribuyentes rescaten a los bancos, y asegurar los mercados competitivos que la gente quiere debido a razones de eficiencia y justicia, sin importar su efecto sobre las medidas de desigualdad, tales como el coeficiente Gini. Y qué decir de la liberación femenina, otro maravilloso side effect del progreso capitalista. Las mujeres han salido de ese rol secundario al que las condenaba la sociedad precapitalista, donde las tareas domésticas absorbían su día entero y no eran consideradas ciudadanas en igualdad de derechos con el hombre. Gracias al avance económico de los últimos cien años, donde lo que se valora ya no es la fuerza física sino la capacidad intelectual, y a la derogación de privilegios legales de los hombres, las mujeres han demostrado no solo ser igualmente capaces que los hombres, sino que tienen aptitudes evolutivas que les permiten destacar más que sus pares masculinos en diversos ámbitos profesionales relacionados a la comunicación, humanidades y servicios. Por otra parte, los países con economías más abiertas demuestran, según estudios del Instituto Fraser y el Banco Mundial, mejores índices de igualdad de género que los países económicamente menos libres. El progreso material ha hecho mucho por la equiparación del estatus moral de ambos sexos, capaces de comerciar entre sí en igualdad de condiciones, acreedores del mismo respeto, como lo demuestra el siguiente gráfico, que relaciona el puntaje promedio del Índice de Disparidad de Género (puntuación cercana a 1 indica que las mujeres y hombres reciben el mismo trato ante la ley) con el índice de libertad económica para el año 2015: Fuente: Economic Freedom of the World: 2017 Annual Report – Rosemarie Fike 2.2 Contraargumento: el “problema” moral de la asimetría en el poder de negociación. En este punto hay algunos que le dicen a Adam Smith: perfecto Adam, muy bonito tu mundo idílico donde todo el mundo busca la armonía de sus intereses personales mediante el comercio entre personas libres de coerción y dignas de respeto, pero la realidad es distinta. Cuando un trabajador desesperado por la pobreza, que tiene que alimentar a sus hijos hambrientos, va donde un empresario para pedir trabajo, no hay igualdad de condiciones. Y el empresario tiende a aprovecharse de esa situación para imponerle sueldos de miseria. Ahí hay “libertad formal” para el trabajador que puede optar por morir de hambre en lugar de aceptar, pero no hay “libertad real” porque en la práctica no tiene otra alternativa. Hay coerción solapada, no elección libre. Por tanto, el Estado debe intervenir en favor del trabajador para resolver esa despiadada asimetría en el poder de negociación. Esa precisamente es la visión ética que subyace a nuestras leyes en materia laboral. De ahí que se establezca un salario mínimo por debajo del cual nadie puede ser contratado, que además sube todos los años. Por ello además es muy difícil despedir a un trabajador, y se debe pagar altísimas cuantías por indemnizaciones por “despido intempestivo”, o incluso en caso de renuncia, lo cual es surreal. La respuesta es muy simple. Decir que una persona es libre de elegir su destino no quiere decir que las condiciones en las cuales lo haga siempre sean las mejores, o que sus opciones sean siempre relativamente buenas. Existen situaciones dramáticas donde es verdad que se da una asimetría en la negociación, porque una de las partes tiene la sartén por el mango. Pero esos casos excepcionales no pueden ser la vara con la que se mida la moralidad de un sistema entero, porque en el socialismo esa es la regla, no la excepción: todos se encuentran sujetos al poder unilateral (ya no se diga asimétrico) de una autoridad central que dispone sobre el destino de los demás. Mientras más poder reciba el Estado sobre nuestras vidas, más autonomía perdemos, ya no como excepción sino como regla general. Más aún, la prosperidad que viene aparejada a la libertad económica genera más poder de negociación entre los asalariados, como explica Tomasi: “…en las sociedades prósperas los trabajadores tienen más poder de negociación que en las pobres. Con un abanico de alternativas laborales atractivas, los trabajadores pueden pedir mayores salarios o dejar sus trabajos en busca de una experiencia laboral que ellos estimen más atractiva…”. Miremos el caso de China, donde la mano de obra exige ya mejores sueldos. Votan con sus pies. Puede que existan casos de personas desesperadas trabajando en condiciones de miseria, pero son mucho menos que en 1900, y muchísimos menos que en 1800. “Eso es gracias a que el capitalismo ha funcionado”, apunta McCloskey, “no debido a acuerdos sindicales o regulaciones gubernamentales, que hoy prevalecen mejores condiciones de trabajo”. Por otra parte, hay que tener presente las “consecuencias no intencionadas” de las interferencias estatales en las relaciones contractuales entre empleado y empleador. Las leyes de salario mínimo pueden generar informalidad y desempleo cuando el monto se fija por encima del mercado. Veamos sino lo que pasa en Ecuador, con una siempre alta tasa de empleo informal. Por otra parte, la “rigidez laboral” desincentiva la contratación de nuevos trabajadores, ya que los empresarios se lo piensan muchas veces antes de hacer nuevas contrataciones que puedan generar altos costos en el futuro si el empleado no rinde o la empresa se hunde y se ve obligada a despedir su plantilla. Ese el gran problema de mercados laborales como el español, con altísimas tasas de desempleo en comparación al promedio de países de la OCDE. Las medidas que defienden los supuestos adalides de la justicia social y la libertad real suelen tener repercusiones perversas para aquellos a quienes dicen defender, y adoptarlas aún pese a la evidencia sobre sus consecuencias es una actitud irresponsable moralmente.
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IntroducciónEl “socialismo” sigue siendo una palabra confortante. Cada generación ve los estragos que causa en los países que lo adoptan (Unión Soviética, China, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, etc.) pero los jóvenes se siguen identificando con esa palabra (véase el caso de AMLO en México, o de Sanders en EEUU), e intuitivamente con el concepto, aun cuando se ha demostrado hasta el hartazgo que el libre mercado es el camino de la prosperidad (ejemplos como Chile, Hong Kong, China, Estados Unidos, Europa, entre otros). Aquí sostenemos que la causa de ese problema es que el sistema capitalista de libre mercado es comúnmente defendido en términos económicos y no morales. Como señala el académico Jason Brennan: “El socialismo parece responder a un llamado moral superior. Quizá la evidencia más importante de ello sea que los socialistas a menudo defienden sus opiniones en términos morales, mientras los capitalistas defienden las suyas en términos económicos”. Lo dice también el filósofo de John Tomasi: “Las instituciones capitalistas son tradicionalmente defendidas con base en fundamentos prácticos, mientras los defensores del socialismo son vistos como más idealistas”. El mercado libre ha sido normalmente defendido por economistas, gente brillante, que nos ha demostrado una y otra vez, con teoría y datos, que las economías libres producen más riqueza para la mayoría de seres humanos que cualquier otro sistema. Nos hablan de “eficiencia”, de “crecimiento económico”, de “índices de desarrollo”. Y todo ello está muy bien. El problema es que los seres humanos, en nuestras preferencias políticas e ideológicas, nos movemos primordialmente por razones morales: por nuestro sentido de lo justo o lo injusto, definimos nuestra existencia en términos de virtudes, de solidaridad con el prójimo o de amor a algo o alguien. Y eso lo vemos reflejado muy claramente en lo que llamamos pop culture: películas, canciones, y libros que consumimos, que son el insumo intelectual de nuestras vidas cotidianas. Porque no somos todos filósofos que leemos tratados sobre el significado de la justicia, sino que aprendemos o vemos reflejados nuestros valores en nuestras elecciones diarias: cuando nos indignamos en Twitter por los abusos de los políticos, de empresarios, sacerdotes, o con los libros que leemos y citamos, así como con las películas que comentamos. Bohemian Rhapsody, por ejemplo, es la película sobre Freddie Mercury que resultó en un gran éxito, porque presenta la imagen de una especie de héroe romántico de la música, un genio incomprendido que cautivó al mundo con talento, fue y regresó de las tinieblas de las drogas y el alcohol, y se convirtió en un símbolo de su era. Ese es un mensaje profundamente moral. La última película de Avengers, por ejemplo, tiene un marcado mensaje moral de carácter político: Thanos representa al totalitarismo mesiánico que se justifica en nombre de la defensa de fines utópicos. Recordemos que él—lo repite varias veces—busca salvar el universo eliminando a la mitad de sus habitantes, incluso sacrificando lo más preciado en su vida, su hija adoptiva. En todo caso, la pop culture está repleta de reflexiones y mensajes morales. Y eso nos lleva a explorar lo que quizá es la mayor fuente de pop culture de nuestra época: Netflix. ¿Quién no ve Netflix? Bueno, para la mayoría, hoy esa es la principal fuente de películas, documentales, y series con las que reímos, lloramos, pensamos, nos indignamos, nos conmovemos, soñamos, imaginamos, o nos quedamos dormidos. ¿Y qué pasa si busco la palabra “capitalismo”? Vemos que absolutamente ningún documental, serie o película de Netflix hable bien del capitalismo. Por el contrario, sí notamos una lista de series, películas y documentales que lo presentan como algo poco atractivo: comenzando por la obra de Michael Moore, pasando por Billions, la historia de un genio financiero con pocos escrúpulos, o Rotten, que quiere decir “podrido”, etc. Luego me pregunté qué pasa si hago la búsqueda de la palabra “eficiencia”. Y ahí simplemente no aparece nada de nada. Normal, yo nunca vería una película que se llame “Lucha por la eficiencia”. Pero esto cambia cuando buscas palabras con mayor carga moral como “justicia”, “amor”, “esperanza”, “solidaridad”. Ahí sí la lista es interminable. Somos seres morales, ¿recuerdan? En Netflix está reflejado claramente lo que dice Brennan sobre el “llamado moral superior” del socialismo. En cambio, nadie defiende el capitalismo por la superioridad de su llamado moral, más bien lo aceptan por su eficiencia. Por eso creo que quienes defendemos el sistema capitalista de libre mercado—entendido como un régimen de cooperación libre donde cada uno escoge sus fines y se respeta su derecho de propiedad legítimamente adquirido—como mejor camino a la prosperidad y bienestar de la humanidad, debemos hacer un mejor trabajo defendiéndolo en términos éticos o morales, no solo económicos. Más aún, debemos enfocarnos en una cuestión crucial: los más necesitados, el beneficio de los más pobres, algo en lo que han hecho mucho énfasis los filósofos de la Escuela de Arizona, como los ya citados Brennan y Tomasi, entre otros[1]. Y eso es lo que pretendemos hacer aquí. Porque ese es el problema por el cual las ideologías antiliberales siguen convenciendo a muchas personas: vivimos en una sociedad que disfruta ampliamente los frutos materiales del libre mercado, pero no valora moralmente el sistema que lo hace posible. Antes de entrar en materia, definamos mejor qué es lo queremos decir cuando hablamos de capitalismo y su contraparte, el socialismo. Y aquí voy a inspirarme en la explicación de James Otteson, filósofo liberal estadounidense: los socialistas suelen favorecer patrones planificados de orden social—o la corrección de patrones no planificados—de acuerdo con principios dictados y aplicados de forma centralizada, mientras los capitalistas prefieren ordenes sociales basados en patrones no planificados o “espontáneos”, con mayor deferencia hacia la voluntad de los individuos y las asociaciones voluntarias. Por tanto, siguiendo a Otteson, el socialismo es un sistema de economía política que prefiere que las decisiones se tomen de forma centralizada. Mientras más centralizada está la economía—ya sea por la propiedad estatal o por medio del control burocrático—más socialista es esta. El capitalismo, en contraste, es un sistema normativo que prefiere la descentralización de las decisiones; por tanto, mientras más descentralizada se encuentre una economía—porque se respeta la propiedad privada y la libertad de contratación—más capitalista es esta. Utilizaremos los términos “capitalismo”, “libre mercado”, “libre competencia”, y “economías liberales” como sinónimos. Para fundamentar la moralidad del capitalismo utilizaré las tres aproximaciones argumentativas éticas clásicas: Ética consecuencialista. Nuestro argumento será: la superioridad moral del capitalismo está en sus consecuencias benéficas para la amplia mayoría de la humanidad, porque sacó a la humanidad de la pobreza material y nos ha dado una era de prosperidad, salud y bienestar sin precedentes. Y analizaremos el contraargumento de quienes dicen que el problema es el aumento de la desigualdad, y no la pobreza en sí. Ética deóntica kantiana. El argumento aquí será: la superioridad moral del capitalismo de libre mercado se debe a que es el sistema de convivencia más compatible con la dignidad humana, porque está basado en el respeto a la autonomía de cada individuo. Daremos respuesta al contraargumento clásico, según el cual el libre mercado fomenta la explotación del hombre por el hombre, el cual se convierte en un simple instrumento del mercado. Ética de las virtudes. Defenderemos aquí como argumento: la superioridad moral del libre mercado radica también en que nos hace más virtuosos a los ciudadanos. Y luego nos enfrentaremos al contraargumento usual en este punto que sostiene que la sociedad de consumo genera una cultura vacía y materialista.
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