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Integración sí, burocratización no

Para la mayoría de los mortales, la Unasur es una cuestión abstracta de la que se habla en la prensa sin relevancia alguna en sus vidas. Porque efectivamente dicho ente regional ha servido de poco o nada a los ciudadanos. Y sí que ha costado dinero: un presupuesto anual de más de 10 millones de dólares, de los cuales el contribuyente ecuatoriano aporta 400 mil. Ello sin contar las decenas de millones que costaron sus dos sedes, en Ecuador y Bolivia. Pero su mayor lastre es el hecho de ser un proyecto de burocratización regional, no de integración como lo pretenden vender sus artífices.





La cuestión se aclara si tenemos presente la diferencia entre “integración regional” y “burocratización regional”. Integración es eliminación de barreras que entorpecen el paso de personas, ideas y bienes. Que si quiero viajar a Perú o Argentina, lo pueda hacer sin otro requisito que mi identificación; que si quiero importar o exportar a Brasil o Chile, no existan trabas e impuestos que entorpezcan mi misión. Significa limitar el poder que tienen los políticos para aislarnos con pretextos soberanistas. Esa es la idea que inspiró en sus inicios a la Unión Europea luego de una guerra que enseñó a toda una generación las trágicas consecuencia políticas del nacionalismo económico. En América Latina, la Alianza del Pacífico constituye un ejemplo de esto también. Sin necesidad de revanchismos altermundistas, ni carísimas estructuras, ha logrado mucho en poco tiempo.


Burocratización regional es algo muy distinto. Significa la creación de entes superfluos y costosos, centralización en instancias de decisión más alejadas del ciudadano. Se trata de eventos pomposos y declaraciones grandilocuentes cuyo trasfondo está determinado por los intereses hegemónicos de turno. Esa es la esencia ideológica con la que nació la Unasur, y prueba de ello es la megalomanía arquitectónica con la que comenzó, además de su abultado presupuesto operativo. Con claridad absoluta lo dijo el canciller chileno, Roberto Ampuero: “No podemos estar lanzando ese dinero a una institución que no funciona. Es una cosa mínima de respeto también hacia nuestra ciudadanía”.


No hay que dejar, por tanto, que los ideólogos del socialismo andino se apoderen del término “integración”, porque lo que ellos defienden no es eso. Y los seis países que resolvieron separarse de la Unasur no están en contra de unir al continente. Por su parte, Ecuador debe aprovechar este momento para repensar su agenda diplomática regional, priorizando los intereses de los ciudadanos, no las calenturas mesiánicas de los políticos. Como bien señala el académico español Juan Ramón Rallo, “la idea de que la integración social requiere de la integración política es… un error intelectual que bien puede terminar atentando contra el propio proceso de integración social: que dos o más individuos quieran interactuar, unirse afectivamente o comerciar entre ellos no implica que quieran compartir estructuras políticas”.


Para eliminar trabas al comercio, no hace falta más burocracia regional. Para que las personas fluyan libremente, no se necesitan edificios millonarios. Para que la cultura trascienda las fronteras, tampoco son necesarias pomposas cumbres oficiales. Para que todo ello suceda, hace falta verdadera integración regional, no proyectos de centralización política que terminan siendo clubes para castas de privilegiados funcionarios al servicio de los intereses pasajeros.


No hay que dejar, por tanto, que los ideólogos del socialismo andino se apoderen del término “integración”, porque lo que ellos defienden no es eso. Y los seis países que resolvieron separarse de la Unasur no están en contra de unir al continente. Por su parte, Ecuador debe aprovechar este momento para repensar su agenda diplomática regional...
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